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Por su lado y a su modo también Andrés andaba buscando explicaciones de algo que sele escapaba en la audición de Prozession; al que te dije terminaba por hacerle gracia eseoscuro acatamiento a la ciencia, a la heredad helénica, al porqué insolente de toda cosa, unaespecie de vuelta al socratismo, horror al misterio, a que los hechos ocurrieran y fueranrecibidos porque sí y sin tanto por qué; sospechaba la influencia de una tecnologíaprepotente encaramándose en una más legítima visión del mundo, ayudada por lasfilosofías de izquierda y de derecha, y entonces se defendía a golpes de mamboretá y dejazmines recién regados, aflojando por un lado a esa exigencia de mostrar la relojería de lascosas pero proporcionando una explicación que pocos encontrarían plausible. En mi caso lacuestión era menos rigurosa, mi problema de esa noche antes de que vinieran Marcos yLonstein a partirme por el eje, cordobeses del carajo, era entender por qué no podíaescuchar la grabación de Prozession sin distraerme y concentrarme alternativamente, y pasóun buen rato antes de que me diera cuenta de que la cosa estaba en el piano. Entonces esasí, basta repetir un pasaje del disco para corroborarlo; entre los sonidos electrónicos otradicionales pero modificados por el empleo que hace Stockhausen de filtros y micrófonos,de cuando en cuando se oye con toda claridad, con su sonido propio, el piano. Tan sencilloen el fondo: el hombre viejo y el hombre nuevo en este mismo hombre sentadoestratégicamente para cerrar el triángulo de la estereofonía, la ruptura de una supuestaunidad que un músico alemán pone al desnudo en un departamento de París a medianoche. Es así, a pesar de tantos años de música electrónica o aleatoria, de free jazz (adiós, adiós,melodía, y adiós también los viejos ritmos definidos, las formas cerradas, adiós sonatas,adiós músicas concertantes, adiós pelucas, atmósferas de los tone poéms, adiós loprevisible, adiós lo más querido de la costumbre), lo mismo el hombre viejo sigue vivo y seacuerda, en lo más vertiginoso de las aventuras interiores hay el sillón de siempre y el tríodel archiduque y de golpe es tan fácil comprender: el sonido del piano coagula esapervivencia nunca superada, en mitad de un complejo sonoro donde todo es descubrimientoasoman como fotos antiguas su color y su timbre, del piano puede nacer la serie menospianística de notas o de acordes pero el instrumento está ahí reconocible, el piano de la otramúsica, una vieja humanidad, una Atlántida del sonido en pleno joven nuevo mundo. Ytodavía es más simple comprender ahora cómo la historia, el acondicionamiento temporal ycultural se cumple inevitable, porque todo pasaje donde predomina el piano me suena comoun reconocimiento que concentra la atención, me despierta más agudamente a algo quetodavía sigue atado a mí por ese instrumento que hace de puente entre pasado y futuro.Confrontación nada amable del hombre viejo con el hombre nuevo: música, literatura,política, cosmovision que las engloba. Para los contemporáneos del clavicordio, la primeraaparición del sonido del piano debió despertar poco a poco al mutante que hoy se ha vueltotradicional frente a los filtros que sigue manejando ese alemán para meterme por las orejasunas sibilancias y unos bloques de materia sonora nunca escuchados sublunarmente hastaesta fecha. Corolario y moraleja: todo estaría entonces en nivelar la atención, en neutralizarla extorsión de esas irrupciones del pasado en la nueva manera humana de gozar la música.Sí, en una nueva manera de ser que busca abarcarlo todo, la cosecha del azúcar en Cuba, elamor de los cuerpos, la pintura y la familia y la descolonización y la vestimenta. Es naturalque me pregunte una vez más cómo hay que tender los puentes, buscar los nuevoscontactos, los legítimos, más allá del entendimiento amable de generaciones ycosmovisiones diferentes, de piano y controles electrónicos, de coloquios entre católicos,budistas y protestantes, de deshielo entre los dos bloques políticos, de coexistencia pacífica;porque no se trata de coexistencia, el hombre viejo no puede sobrevivir tal cual en el nuevo aunque el hombre siga siendo su propia espiral, la nueva vuelta del interminable ballet; yano se puede hablar de tolerancia, todo se acelera hasta la náusea, la distancia entre lasgeneraciones se da en proporción geométrica, nada que ver con los años veinte, loscuarenta, muy pronto los ochenta. La primera vez que un pianista interrumpió su ejecuciónpara pasar los dedos por las cuerdas como si fuera un arpa, o golpeó en la caja para marcarun ritmo o una cesura, volaron zapatos al escenario; ahora los jóvenes se asombrarían si losusos sonoros de un piano se limitaran a su teclado. ¿Y los libros, esos fósiles necesitados deuna implacable gerontología, y esos ideólogos de izquierda emperrados en un ideal pocomenos que monástico de vida privada y pública, y los de derecha inconmovibles en sudesprecio por millones de desposeídos y alienados? Hombre nuevo, sí: qué lejos estás,Karlheinz Stockhausen, modernísimo músico metiendo un piano nostálgico en plenairisación electrónica; no es un reproche, te lo digo desde mí mismo, desde el sillón de uncompañero de ruta. También vos tenés el problema del puente, tenés que encontrar lamanera de decir inteligiblemente, cuando quizá tu técnica y tu más instalada realidad teestán reclamando la quema del piano y su reemplazo por algún otro filtro electrónico(hipótesis de trabajo, porque no se trata de destruir por destruir, a lo mejor el piano le sirvea Stockhausen tan bien o mejor que los medios electrónicos, pero creo que nosentendemos). Entonces el puente, claro. ¿Cómo tender el puente, y en qué medida va aservir de algo tenderlo? La praxis intelectual (sic) de los socialismos estancados exigepuente total; yo escribo y el lector lee, es decir que se da por supuesto que yo escribo ytiendo el puente a un nivel legible. ¿Y si no soy legible, viejo, si no hay lector y ergo nohay puente? Porque un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea unpuente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen.Un puente es un hombre cruzando un puente, che.Una de las soluciones: poner un piano en ese puente, y entonces habrá cruce. La otra:tender de todas maneras el puente y dejarlo ahí; de esa niña que mama en brazos de sumadre echará a andar algún día una mujer que cruzará sola el puente, llevando a lo mejor enbrazos a una niña que mama de su pecho. Y ya no hará falta un piano, lo mismo habrápuente, habrá gente cruzándolo. Pero andá a decirle eso a tanto satisfecho ingeniero depuentes y caminos y planes quinquenales.

Julio Cortázar. Libro de Manuel

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