Dust of snow
The way a crow
Shook down on me
The dust of snow
From a hemlock tree
Has given my heart
A change of mood
And saved some part
Of a day I have rued.
Robert Frost
The way a crow
Shook down on me
The dust of snow
From a hemlock tree
Has given my heart
A change of mood
And saved some part
Of a day I have rued.
Robert Frost
(Traducción de Rainis)
Todo pasó tan de prisa
pero quedaste un poco
Todo estaba tan desnudo
pero algo cubriste con tu risa
Todo era tan frío
pero de algún modo me calentó tu aliento
Todo estaba tan oscuro
pero algunas sombras se fueron
con el sol de tu mirada
Por eso
y aunque ya no estás
gracias de todos modos
por la vida que sembraste
en mi pecho moribundo
Luis Rogelio Nogueras
(Imitación de la vida)
Sometimes it's like someone took a knife baby
Edgy and dull and cut a six-inch valley
Through the middle of my soul
Esta claro que lo que escribí antes era un desecho emocional. Ahora no tengo tiempo de mucho, por no decir de nada. Vivo entre poemas y otros trozos de literatura. Atrapada felizmente.
Me gustaría escribir todos los días. Me gustaría publicar entradas que me hicieran sentir orgullosa de este blog, de mis ideas, de mis creaciones. Parir poemas escandalosamente atractivos, incapaz de dejar indiferente a cualquier joven aficionado moderno que pasara por aquí, de esos que también escriben "poemas" y ganan concursos y yo no entiendo por qué. Y que me leyera y me dijera ese halago superlativo de "ojalá hubiera escrito yo tu poema" que todo ser que compone versos anhela escuchar. Incluso aceptaría que me dijera ·"no he podido evitar odiar tu poema con todas mis fuerzas. Me han dolido los ojos. Pero no por llorar. Me sangraba la vista". Hasta eso. Soporto el odio mejor que la hiriente indiferencia. Hay derecho a odiar, a amar, a querer a ratos y a detestar el resto, a ser contradictorio con consciencia. Pero sentenciar a alguien a la nada, reducir su existencia a la invisibilidad total es un acto sutilmente cruel: ser visto sin ser mirado. Ser oído sin ser escuchado.
Se ha caído al suelo mi memoria de ti.
¡Estoy cansada de ser niña, de ser pequeñita, diminuta, redondita, la florecita, la croquetita, la ratita, de ser pesadita, de tener mofletitos, de llevar coletitas, de tener amiguitas, de hacer trencitas, de jugar a cocinitas, de coger florecitas, de jugar a muñequitas y de llevar braguitas! Yo quiero ser mayor.
Quiero ser alta, muy alta.
Quiero tener tetas, llevarlas con sujetadores, y que se vean debajo de una camisa blanca.
Y fumar y escuchar música y bailar en las discotecas.
Y hablar y reír…
Casarme. Quiero casarme con un vestido blanco y largo, con un velo que me cubra toda la cara y hacerme fotos, muchas fotos, y enseñarlas a todo el mundo, porque quiero tener amigos, muchos amigos…
Quiero un marido que lleve una corbata a rayas y una maleta llena de papeles muy importantes. Prepararle el desayuno, preguntarle si viene a comer y que me diga que no lo sabe, que ya me llamará. ¡Hasta luego! Hablar por teléfono y quedar con alguien.
Y tener otro novio rubio y con los ojos azules que vaya en moto…
Y tener hijos, muchos hijos. Llamar a muchas canguros para poder salir todas las noches.
Y crecer y hacerme mayor y cumplir muchos años y ponerme cremas, muchas cremas.
Y tener problemas, ir al médico. Tomar pastillas. Muchas pastillas. Pastillas para dormir, pastillas para levantarme, para el dolor aquí, aquí…
Y cumplir más años y tener más arrugas y ponerme más cremas y hacerme gorda y que me caigan las tetas y operármelo todo.
Y cumplir más años y que ya no me salgan pelos, y ponerme unos dientes de plástico, ir al hospital y no tener amigas y quedarme solaaaaaa…
¡Mamammmmmmá!
Ágata Roca
En estos momentos
solo somos la encorvada esperanza
de una generación jorobada.
Para mí el año comienza en septiembre, no en enero. Mi calendario, como el de la mayoría de la población es así, por mucho que la cultura judeocristiana intente impedirlo. Los 18 primeros días de este año están siendo muy prometedores. Me encomiendo a mi suerte para que los restantes 347 vayan por el mismo camino. El sentimiento lo ilustran (o más bien le ponen voz y sonido) Los Enemigos, sabios, por viejos y por rockeros. Ya lo decían Josele Santiago y los suyos: La vida mata.
Feliz año a tod@s
STONES FALLING OVER MY HEAD,
MY HAIR HANGING DOWN UP TO MY WAIST
LIKE THE WATER SPRINGS
AND THE RIVER THAT MUST DIE INTO THE SEA.
WALLS OF SKULLS CAVING IN
AND MY HAIR HANGING DOWN TO MY WAIST
RIDING AMONG BROWN WAVES
FLOWING WILD INTO MY WOMB.
YOU SPILT THIS OCEAN
DEEP RED, SO DEEP, THICK RED
THAT I WAS DROWN BY ITS MAINSTREAM
AND SUNK INTO OBLIVION,
INTO MY BLOOD.
Hoy mi cerebro palpita
del dolor de cabeza
del quererte tan intenso.
Y aún así, al pensarlo
amarte me es incomprensible.
Hoy tengo jaqueca en las raíces,
migraña por un mal trasplante:
llevar en procesión, a cuestas
al corazón enfermo, grave
descolocado de sitio.
Dios debe estar sobrevalorado
o quizás ser ateo
por tener el autoestima demasiado baja
como para dejar quererse.
Observaciones a las pseudo-rimas del "pseudo-poema" anterior: no soy asidua a rimar, pero intentarlo me retrotrae a la infancia (en mi defensa), aun arriesgándome a un resultado desastroso como este (en detrimento propio).
De tanto huir
y dejar un rastro vacío
siento los huesos con sudor y frío
como el golpe sordo
sobre una estatua de mármol.
Me poso frágil sobre mi abandono
y como la rama tensa
y fiel al pájaro,
dejo al cuerpo solo
sin las grietas tristes
de mi pecho blanco.
Abren las alas desde el suelo,
nunca miran hacia abajo;
cavaron fosas en el viento
y viven libres entre naranjos.
Son la estela del cielo mis muertos
y cuando se agita de un soplo un árbol,
siento el palpitar del aire
y el respirar de los troncos sanos.
Porque se desprenden de la corteza hacia arriba
formando estrellas y galaxias,
sonrío en paz con el mundo.
Son ellos mis muertos vivos:
la naturaleza, los campos;
almas de polvo, frutos, plumas
que vuelan libres,
vuelan alto.
No. No me puedo permitir un dolor inútil, estéril. Ese dolor gratuito me determinó hace unos meses. Ahora soy un soldado estúpido, luchando contra una guerra que no sé si (ya) existe. Ando torpe con una escopeta cargada, acompañando todos mis movimientos, aguardando para, en caso de alarma, disparar hacia la dirección de la que provenga el riesgo de batalla. Me transformo en un ser férreo y pesado, en un armatoste blanco sin sentido que espera al dolor, rígido y tenso de nuevo. Siento que en cuanto parpadee aparecerá, detonará y desgarrará mi interior (que ya late cojo contra la adversidad). No. No me pueden descuartizar el corazón otra vez. No me puedo permitir ese dolor, esta carnicería del sentimiento. No quiero volver a sentir esos mil cuchillos atravesando la espalda y seguir preguntándome con las heridas en carne abierta, con el sufrimiento latente de los perros viejos y abandonados en la carretera, con la vista vencida del romanticismo ficticio... no. No quiero convertirme en una lisiada crónica que se pregunta por qué me los lanzaste.
El mundo absorbe nuestra esencia
como un insecto chupa sangre.
Y por las calles caminamos
muertos en vida,
moviendo la boca,
las caderas;
se tambalean solitarios
estos esqueletos nuestros
de huesos sin alma.
Agitamos todas estas banderas,
estos tejidos muertos
de pieles de otros
desgarrados por la tierra.
Alzamos estos trozos de tela
salpicados de sangre caliente.
Y al final soy yo también
ese latido, ese barro
que emana
de la mano oscura del hombre.
Camino ausente de mi cuerpo.
Soy una estrella fugaz,
un suspiro del movimiento
en el que te cogí de la mano
joven, tierna, blanca
pero firme.
El demonio que llevo dentro
de norte a sur raja mi alma.
Me exige
el trozo de cuerpo
que te entregué hace tiempo
y no me devolviste nunca.
El demonio que llevo dentro
hurga en mi pecho y cava zanjas.
Abre fosas de Lorcas
con las uñas sucias de nostalgia.
Desnuda el cadáver de los olivos
y escarba
en las raíces del campo
las manos, las grietas de Andalucía.
Esos hondos surcos de mi piel
llevan las heridas de la tierra.
Soy el rastro del amor crudo,
el tubérculo de las familias.
Voy caminando entre las tumbas frías
de los dolores caídos.
Lloro todas las llagas
de mis átomos tristes:
soy una trinchera lánguida
con la vida en guerra que,
como caníbal
que aprieta los dientes,
clava mi memoria
en el pozo de la mirada.
En las manos soy esa rabia
que agarra un fusil
apuntándome.
¿Qué he hecho yo para no hacer lo que no debo?
No importan las puertas abiertas,
las ventanas sin persianas,
el rayo delgado que abra
los pechos de esta cárcel;
la luz que ilumine vientres oscuros
agotados de comercio,
si hay tumbado un cuerpo de nadie
mojado por otros sexos.
Es papel secante anegado
inundado en su carne;
un preso de hombres encerrado
en la soledad que penetra.
Éramos dioses y nos volvieron esclavos.
Éramos hijos del Sol y nos consolaron con medallas de lata.
Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras.
Éramos felices y nos civilizaron.
Quién refrescará la memoria de la tribu.
Quién revivirá nuestros dioses.
Que la salvaje esperanza sea siempre tuya,
querida alma inamansable.
Gonzalo Arango
Ya no soy una niña,
pero me siento más vulnerable
porque mi cuerpo, ya más grande
carga solo con la indefensión
del humano desnudo sobre la tierra.
Trota con esa sangre caliente
que golpea los tejidos
viviendo atrapada en nosotros mismos
solitarios, sin padres,
sin vientres que nos envuelvan y protejan
de daños pesados como piedras,
sin nadie que nos salve.
De las hecatombes en nuestros ojos,
de nuestras guerras internas.
Esas voces instintivas que suplican
que alguien más que las células
nos resguarde y nos intuya la vida verdadera;
una sombra deseada que se nos acumula
en forma de desidia oscura
y que al fin y al cabo, nos escuche.
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