Escrito en enero
¿Qué he hecho yo para no hacer lo que no debo?
Me traslado a la biblioteca huyendo de la distracción de mi
propio pensamiento.
Y acabo buscando poemas de Roberto Bolaño, leyendo Los perros románticos y escribiendo
sobre el maltrato de Jesucristo. Seré feliz el próximo año, me digo. Pero todo
está pendido de la nada.
Voy huyendo de las ratas de mi miseria. Retrocedo en la
memoria hasta antes de conocerte. Ayer recordé a mi padre. Tendré asuntos
pendientes con él hasta después de que uno de los dos muera. El mundo, las circunstancias
son una taza caliente llena de café frío. Es como el cuerpo de algunos seres
espiritualmente discapacitados que, sin embargo, tienen pulso. Y lo peor de
todo: hacen ruido cuando laten.
Una niña cruza el pasillo. Ella no sabe nada de esto. Yo
antes también era así. Ahora me han metido en el ajo. Pero aún me enorgullezco -en parte- por seguir sin adaptarme al mundo adulto lo suficiente. Mi cuerpo aún
no huele a quemado del todo.
Quiero que me dejen con mi deseo. El deseo es ausencia. Y mi
deseo es dedicarme a algo que me exima del mayor sufrimiento posible.Esto
parece que solo es factible firmando mi “muerte por hambre”. Los miembros fríos del mundo queman. Por eso lo reitero:
quiero que me dejen con mi deseo. Es de las pocas cosas que tengo. No quiero
dinero que lo limite aunque nutra a mi estómago vacío. No quiero un bozal en mi boca
que me dé de comer sangre. Porque mi cuerpo aún no huele a quemado del todo. De
mi boca todavía no sale humo. Y si sale, si ladro, que sea deseo. Que menos padre, qué menos que la elección de
alimentarse. Qué menos que ser la cerilla de mi incendio. Qué menos que eso, que ser mi propia hambre. Porque en mi hambre, mando yo.