De tanto huir
y dejar un rastro vacío
siento los huesos con sudor y frío
como el golpe sordo
sobre una estatua de mármol.
Me poso frágil sobre mi abandono
y como la rama tensa
y fiel al pájaro,
dejo al cuerpo solo
sin las grietas tristes
de mi pecho blanco.
Abren las alas desde el suelo,
nunca miran hacia abajo;
cavaron fosas en el viento
y viven libres entre naranjos.
Son la estela del cielo mis muertos
y cuando se agita de un soplo un árbol,
siento el palpitar del aire
y el respirar de los troncos sanos.
Porque se desprenden de la corteza hacia arriba
formando estrellas y galaxias,
sonrío en paz con el mundo.
Son ellos mis muertos vivos:
la naturaleza, los campos;
almas de polvo, frutos, plumas
que vuelan libres,
vuelan alto.
LA CARRETERA MUERTA: Gabriel Oca Fidalgo.
Hace 3 días