No. No me puedo permitir un dolor inútil, estéril. Ese dolor gratuito me determinó hace unos meses. Ahora soy un soldado estúpido, luchando contra una guerra que no sé si (ya) existe. Ando torpe con una escopeta cargada, acompañando todos mis movimientos, aguardando para, en caso de alarma, disparar hacia la dirección de la que provenga el riesgo de batalla. Me transformo en un ser férreo y pesado, en un armatoste blanco sin sentido que espera al dolor, rígido y tenso de nuevo. Siento que en cuanto parpadee aparecerá, detonará y desgarrará mi interior (que ya late cojo contra la adversidad). No. No me pueden descuartizar el corazón otra vez. No me puedo permitir ese dolor, esta carnicería del sentimiento. No quiero volver a sentir esos mil cuchillos atravesando la espalda y seguir preguntándome con las heridas en carne abierta, con el sufrimiento latente de los perros viejos y abandonados en la carretera, con la vista vencida del romanticismo ficticio... no. No quiero convertirme en una lisiada crónica que se pregunta por qué me los lanzaste.
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