El grito al espejo
Se desmoronan mis dedos primitivos
sobre esta fotografía refleja y sólida.
Llevo las yemas pálidas que sobre ella se desplazan
hasta el roce del silencio
y voy callada a cuestas
con esta incomprensión
de sentirme lejos de esta casa
mientras las manos me tiemblan del seísmo
de abrazarla.
Agarrada a estos muros
colmados de sombras ajenas,
el espacio parece un desierto de circunstancias,
el vacío solitario de una puerta
tras la que no espera nadie.
La geografía
de estas paredes que habito
envuelve a la piel en una desnudez vulnerable
que me asusta de misma.
Yo tampoco espero que entiendan mi soledad
de pez en la tierra.
Aunque no divise a nadie al otro lado del cristal,
aún me siento adentro
las venas calientes
latiendo violentas.
¿Qué importa entonces este trance antiguo de infancia
y la tumba de su pensamiento alegre?
Al fin y al cabo,
uno nace cuando nace
(con la garganta hecha raíz
y el grito hecho carne)
y muere cuando
Muere.