Gente en la playa
A pesar de que este blog parece un desierto, tal y como diría Cortázar, tengo la certeza de que alguien anda por ahí. Escribir perpetuamente uno solo en un blog es infinitamente triste, por tanto si diera señales de vida algún extraviado que acabó aquí, mi interior lo agradecería, porque no puedo dejar de tener la sensación de que estoy tirando mensajes en una botella a un mar muerto.
La mujer ha aparcado en una calle
junto a la arena.
Baja del coche y, sin prisa,
saca y despliega la silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien las piernas.
Se aparta unos cabellos de la cara
y, mientras observa cómo ondea su falda,
va empujando la silla de ruedas
hacia el mar.
Entra en la playa por el pasadizo
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se detiene.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por los brazos
y, de espaldas al agua, va arrastrándolo
mientras los pies inertes del muchacho
dejan dos surcos tristes en la arena.
Lo ha llevado muy cerca de las olas
y lo deja en la arena para volver atrás
a recoger el parasol y la silla de ruedas.
Estos últimos metros. Siempre faltan
los malditos, terribles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena. Ni en el sol.
ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
Estos últimos metros son el amor.
Su soledad.
Joan Margarit