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En estas vías la mala hierba crece sin permiso entre las
piedras. Me he dejado la sangre, corre el sudor resbalando por las piernas mientras
pienso en alcanzar estas vías. Y tu nombre en los pulmones, jadeando hasta llegar al andén. Tu nombre lo
escribo con tiza en el banco del parque, sola, junto a unos columpios vacíos. Rechinan
recuerdos a 38 grados, pero ahora no hay nadie que los oiga. Y escribo tu nombre con piedra en la tierra, caligrafía
que emana del corazón. Me acostumbré a olerme las yemas de los dedos después de
estar contigo. Sólo lo hacía para sentir que habías vuelto conmigo a casa. Que
habías traspasado la frontera de estas vías. Diez minutos después de marcharte, volví
a las yemas. Quería cerciorarme de que seguías ahí. Pero ahora escribo tu nombre
para que la tierra lo recuerde, aunque sea un rato. Después un niño, un alguien o el viento que transitan, lo borrará. Quería traerte hasta aquí, como el olor que permanece
en los dedos un tiempo, sin que el agua se los lleve y así, sin pedir permiso,
como las malas hierba, crece sin que nos arrastren, nos arranquen de aquí.
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