2X1 o cómo matar dos pájaros de un tiro

La gente es increíble. La gente es incomprensible. Compran demasiada comida, aún cuando saben que es imposible que la pueda ingerir, que el perímetro de sus estómagos pueda albergar todos esos alimentos. Pero ellos la compran. Una y otra vez sin escarmentar. No sé por qué. Al entrar al supermercado me rodean caras asustadas que vacían los estantes como si buscaran lo que les falta en la vida: un sobre de preparado de caldo de pollo, oferta de 3x1 en tetra briks de leche desnatada ricas en vitaminas a y c; dos bolsas de magdalenas rellenas de crema de chocolate; pasta fresca rellena de espinacas y queso azul; cuatro hamburguesas de cerdo; dos bolsas de patatas fritas; medio kilo de pescada; un kilo de tomates; un paquete de arroz; otro de lentejas; tres pizzas prosciutto. No se dejan nada. Se van felices con el carrito lleno, sin hambre alguna. Luego vuelven a sus casas y llenan sus frigoríficos y despensas. Después preparan la comida. Un lunes. Un martes. Un miércoles. Un viernes. Un sábado. Un domingo. Y otra vez otro lunes y siguen yendo al supermercado. Todo esos nutrientes se acumulan en la cocina. Muchos llegan a su límite, se caducan. La fruta se pone pocha, se ennegrece. El zumo y la leche se avinagran y saben agrios en la boca. Ya no los quiere nadie. Qué lástima de la muerte de esos nutrientes me digo postrada en el sofá, adormecida, con la televisión enfrente chillándome desesperadamente.

Pero ellos no se inmutan porque se hayan convertido en basura los alimentos. Como mucho, el hombre más sensato dice: he tirado diez euros a la basura. Él, animal fecundo, dice que ha perdido diez euros. El pobre enfermo ve diez euros en la comida desperdiciada. Pero, ¿acaso no se percata que no se trata de dinero, que lo que tira es el nutriente que del que se priva a otro ser humano? Nos hemos vuelto locos y hemos engullido nuestros propios sesos. Percibimos dinero en la basura, en los ojos y cuerpos de la gente. Nos inyectaron monedas y billetes en la retina desde que nos nutría nuestra madre en el vientre. Me estremece pensar que mi alma es metal o papel con tinta. Ahora tú, bendice los alimentos que vamos a tomar, porque ojalá se desecharan diez euros y no la comida. Sufriría el bolsillo, pero no la boca.

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